después del desastre, uno podría decir que lo ultramarino no fue nada. la exacerbación no enciende finalmente la intensidad en un corazón vacío. hablo duro y acorazado ahora, porque me cuesta creer que de tu nombre quedó sólo su envoltura, una indeterminación de los colores. entonces, en ese afán de reduplicar la primera apuesta, me dan ganas de desecharte, o repetirte, esto, que sé, no se explicó ni desde el principio, ni anunciando la inminencia de una recaída.
ultramarina nunca fui yo, ultramarino fue el encanto. luego pasó, que te descubrí el rastro, que anduvimos sin recelos. Y en un instante de entre distracciones o indulgencias, la onda rebotó en el pecho, perdiendo su enclave. no encontraste en el sonido una diapazón que devolviera el eco. desesperaste. me pediste. el mar y su reverso.

cruces del sur pude ver miles de noches, sin que un tinte de su luz me alcanzara a tiempo. de sus rutas perdidas memoricé cada esquina, cada vértice, sabiendo que un día u otro, habría de toparme con el punto ciego que me balancea entre las cejas. no lo quise ver, claramente, se me escapó la urgencia, y en ese titubeo, recuerdo cómo me guiñaste el ojo y me señalaste el cielo. bóveda celeste, me dijiste, dios me tiende la mano.
cruz del sur vive impasible todavía, desde otra perspectiva, no hace más que iluminar el vacío. Si la miro desde las aguas, su infinito brilla ondulante, refractando el pasado, desapareciendo en el viaje.
cruz del sur es una sola, vos serías mi cómplice, y tu reverso, mi punto ciego.

una vez te aseguraste que ultramarino fuera un adverbio. Nos viste enfrentados y pensaste que la espuma, o la estela, o la bruma, yo las traía de pura ambientación en mi cabeza. te dije que estabas equivocado, te dije que no veías las huellas. y mientras resolvías contemplarme en las desviaciones, yo, en silencio, me fui alejando. tal vez, fue así, cómo, ultramarinamente, no te quise nunca más.


de todos modos, acá, queda mi botella. en altamar, como sabrás, las botellas no se hunden.



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