I.

Un helecho se asoma a la distancia, buscando un hueco de luz, entre pared y pared.
La gente, que se mide según sus hojas, le palmea el tallo, anunciándole el destino de ir para arriba.
“Hasta el cielo” piensan y el día se alza complaciente.

II.

Sueño que pierdo el pelo poco a poco, pero me siento inmune a las estaciones del año.
Cada diciembre, busco sobre mi almohada un augurio y descubro invariablemente que sólo soy yo la que duerme.
No es que me altere la adultez, pero el vendaval de ayer pasó sin haberme sacudido un peso muerto.
Y hoy la espera me encuentra, arrancándome las raíces, deshojándome la cabeza.

III.

Cualquiera diría que desarraigarse no es un proceso tan raro, sobre todo si mi ascendente corrobora una afinidad con el viento.
Pero el tiempo tiene ese vicio de darnos la razón en todo. Y sagitario o no, hace varios meses sospecho que he empezado a incubar ciertas certezas.

IV.

Las certezas son:
que los días complacientes me cargan de aburrimiento
que más arriba más aplasta la presión del aire
que el helecho es una planta enana
el tiempo, una convención de la muerte

y el cielo... que no vale la pena mirar el cielo.




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