Buscaba sentir su pasado como un paralítico que inútilmente palpa la carne insensible de un miembro, pero naturalmente sabía su historia como todas las personas.

Clarice Lispector, La araña.






Las mujeres de mi casa llevan un peñasco de cara
por cada arruga que hiende, pena un día escondido.
A medida que el agua corre y los ojos se inundan
los mandatos coexisten para labrar en la piedra.

Ellas acostumbran sentarse en silencio
posando sus andaderas en una banqueta de mimbre.
Mientras descansan el verano y el mediodía calla
abanicándose escuchan cantar a un ahogado.

En la cocina hay secretos, pero no una receta para el fuego
soplan fuerte las brasas, soplan cenizas y humo
cuando las moscas se adelantan sobrevolando la mesa
llaman, sin apagar el hornillo
llaman, al grito de que hoy se come
llaman, que es tarde que sólo hay sobras
cómo se lamentan las mujeres de mi casa
dejando medias en cualquier lado
pierden los pelos en un rincón
olvidan el rincón tras la puerta
esas mujeres que ya no encuentran
ninguna llave en su mano.

Un picaporte les hace cosquillas, la piel les chilla sin saber
por dónde darse vuelta, por dónde la pose esbelta
se sentó a escoltar sus platos y a lavar ropa con la vejez.

Las mujeres de mi casa se vigilan la nuca
por cada hinojo que parten, hay un cuchillo bajo la almohada.
Una disputa con la abuela por sus plantas del balcón
un balcón esperando a que se anuncie la primavera.

Así son, a veces, las mujeres de mi casa
echando raíces por donde la sangre corta
la familia talla, mientras los nietos gravan
el vientre que les pesa como un árbol mal podado.

Pronto supieron que soy una de ellas
esa primera vez que se me inquietaron las plumas
sacudiendo polvo como se sacuden los años
nos desperdigamos por el mundo las casas las gaviotas
sintiendo el derrumbe como un pozo abierto
despejando techos al levantar vuelo
con el primer recuerdo de un nacimiento en la isla
las mujeres de la isla nunca nos fuimos
las mujeres de mi casa que seguimos estando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario